jueves, 19 de abril de 2007

OTEGUI, BIEN MIRADO...(artículo de Teresa Jiménez-Becerril)

TODO es según el cristal con que se mire. Y si nos ponemos las lentes rosas podemos acabar viendo a Otegui no como «un hombre de paz», que eso hay ya quien lo ve a simple vista, sino como aquél que tiene la llave de nuestra tranquilidad. Hace falta saber engañarse para soportar lo que cada día nos obligan a presenciar. La ultima ha sido la celebración de un acto de Batasuna, donde las fotos de los terroristas presos eran iluminadas por las velas del fervor popular de quienes han elegido ya a sus mártires, cuyo camino hacia la santidad viene avalado por las pistolas y las bombas. La muerte, que no la vida, dignifica a las gentes de ETA.
Las fotos de los asesinos de los nuestros, no sólo de los míos, sino de todos aquéllos que han visto durante años morir inocentes, cuya única culpa era ser españoles, formando un altar donde Otegui, Pernach y sus seguidores sacrificaban nuestra dignidad, me producen escalofríos. Pero aún me hiere más el ver que quienes pueden frenar esa pública humillación a las víctimas se limiten a defenderse detrás de un baile de letras. ¡Como si un cambio de nombre o un falso gesto de constricción pudiera esconder la celebración del sufrimiento ajeno! Harán falta muchas velas para redimir los pecados de quienes dispararon por la espalda y de frente a una joven pareja, o hicieron saltar por los aires a una chiquilla de seis años, o lograron que sudara sangre un muchacho mientras esperaba su muerte. Esas personas asesinadas tienen nombre y rostro. Son Ascen, Alberto, Silvia y Miguel Ángel, y tantos otros que no debemos olvidar, aunque para muchos, si lo hiciéramos, sería todo más fácil. Lo siento, yo no puedo inventarme un pasado más dulce para evitar la crispación, sobre todo cuando el presente y el futuro dependen del recuerdo.
Sé que soy incómoda; siempre lo fueron a lo largo de la Historia los que pidieron justicia y libertad, y yo estoy orgullosa de ser hoy en España una de ellos, aunque mi único mérito sea dar testimonio de los crímenes de ETA. Llámenles como quieran, cámbienles el nombre una y mil veces; yo les llamaré siempre asesinos. A los que dispararon y a los que decidieron quiénes y por qué debían morir. Para mí hay poca diferencia entre algunos de los que están de una parte o de la otra de las rejas. ¿Quiénes son los verdaderos culpables de tantas muertes? ¿Esos chalados que se ríen detrás de los cristales mientras les juzgan? No. Y ustedes lo saben, lo que pasa es que es difícil admitirlo y luego sentarse a conversar con ellos. Bueno, toda esa chusma seguirá poniendo velas y rezando a su dios para que libere a los que les ha tocado estar dentro. Es posible que consigan verlos en la calle, valga el ejemplo de De Juana, pero nunca conseguirán que dejen de ser lo que son, unos matones con el valor justo para vivir allí, en el País Vasco, custodiados por gobernantes y gobernados que sin llegar a igualarlos en maldad sí los igualan en cobardía y egoísmo. Fuera de esos montes, esas piedras y esos ríos manchados de sangre no podrían vivir, y si lo hicieran tendrían que sellar sus bocas. ¿Se imaginan ustedes a un etarra presumiendo de sus hazañas en un bar de San Sebastián, pero de los Reyes? Prueben a pensar cuánto duraría uno de esos angelitos en una barra de Sevilla. Por eso, los que miran por ellos, los que preparan la tierra donde los terroristas habrán de vivir en paz, luchan sin descanso para alcanzar la independencia, para que cuando ellos salgan sean aclamados como héroes en medio del respeto y la admiración de los que les rodean. Para que algo así ocurra hace falta ir depurando la población, hasta que queden sólo los «buenos vascos»; los «medio buenos» basta que estén calladitos, comiendo bien y ganando dinerito. Y a quien le remuerda la conciencia, ya sabe: a Madrid, a Valencia o al sur, que el País Vasco es más bien pequeño y no hay lugar para los que dudan de la autenticidad de los derechos de este pueblo milenario.
Cuando escuché a Ibarretxe decir que para los vascos lo más importante era «la palabra dada» me eché a temblar. Y pensé ¿a quién le habrá dado este hombre la palabra? ¿A quién se la habrá dado Otegui? ¿A quién se la daría el que asesinó a mi hermano? A mí, esos compromisos ancestrales me preocupan. Existen casos en que sería mejor que no se mantuviera la palabra, sobre todo cuando el hacerlo tiene consecuencias tan trágicas. Qué valor puede tener la palabra de quienes desde Batasuna insisten en pasar página en torno a «estériles debates» sobre la violencia. Lo que Barrena considera «estéril» la mayoría de los españoles lo consideramos vital. Para nosotros esas mil muertes no han sido inútiles, y confío con toda mi alma en que al final su utilidad no beneficie a quienes no las condenan. Aunque por desgracia no lo descarto. ¿Cómo podría hacerlo viendo cómo Batasuna-ETA se prepara para acudir a las elecciones? El símbolo elegido, la estrella con cinco puntas, es el mismo que en Italia causó y sigue causando dolor. Era la marca de las Brigadas Rojas. El terror es igual en todos sitios, da igual que redondeen las puntas de la estrella y que la adornen con flores. A los ojos de quienes distinguimos a los que no respetan la libertad y la vida, esos símbolos estarán siempre manchados de sangre, por que, que yo sepa, ETA nos sigue apuntando. ¡Ojalá cambiaran las balas por flores! Nosotros, los que hoy tanto denunciamos y tanto nos exponemos, seríamos los primeros en festejarlo, ¿o es que alguien cree que este papel que nos ha tocado es agradable? Pero mientras exista quien se empeñe en legitimar la ideología que tanto daño nos ha traído y que intenta paralizarnos de miedo, tenemos que seguir luchando y hablando para que la sociedad descubra la verdadera cara del nacionalismo y su responsabilidad en los trágicos años que estamos viviendo a causa del terrorismo. Que nadie nos engañe haciéndonos creer que hay una buena ETA.
Yo nunca les creí, y me gustaría que quien lo hizo me explicase por qué prefirió creer a unos indeseables, enmascarados y arrogantes y no a tantas víctimas y ciudadanos de bien que insistíamos en desconfiar de una banda terrorista que nunca, y repito, nunca, mostró el más mínimo arrepentimiento, ni renunció a ninguno de sus objetivos. Yo no me he olvidado de los tiros al aire que dieron los terroristas hace meses en una de sus celebraciones. Mientras eso ocurría, en Estrasburgo los parlamentarios socialistas aupaban a Batasuna y defendían a capa y espada el «proceso de paz», mientras nosotros, las víctimas que allí estábamos, intentábamos explicar por qué no creíamos en la negociación. Fue humillante no sólo no tener el apoyo de tus gobernantes en Europa, sino el tenerlos como adversarios. Desgraciadamente, el tiempo pone a todos en su sitio, y si hoy repitiéramos ese viaje nadie nos trataría como «los que no quieren la paz». Y quizás Otegui y los suyos no recibirían tantas palmadas en la espalda y tantos apretones de manos.

(extraido de ABC Sevilla http://sevilla.abc.es/20070419/opinion-firmas/otegui-bien-mirado_200704190445.html)

1 comentario:

Piru dijo...

Emocionante, como siempre.
Cuando uno, si todavía no se ha convertido en un borrego, oye/lee a esta mujer, siente la necesidad de dar un respingo y de decir: "no puede ser, vale ya de tanta ignominia".